Aparentemente nevaba igual que
ahora, pero los copos de entonces no eran de marca ni tenías que echarte crema
protectora FPS50 para ir al cole. El olor de las rosquillas de la abuela inundaba
toda la casa, que se iba oscureciendo al runrún del telefunken-blanco y negro.
Los polvorones ni sabían a limón, ni a coco ni a chocolate, y a Baltasar se le
notaba siempre que llevaba betún en la cara porque los negros aún no habían
visto el reflejo del tesoro de plástico que les haría venir a buscar-sí la vida
a nuestros pueblos.
El Belén
no era interactivo, y tenías que ir moviendo los camellos hacia el portal, y el
río era de plata, y las excursiones previas para ir a coger musgo todavía no
estaban penadas por ley, y la zambomba no tenía connotaciones sexuales, y se
guardaban las botellas de anís La Castellana, y se pedía el aguinaldo por las
casas, y olía a chimenea en todo el barrio.
Nacía un
Niño y nos parecía natural que lo hiciera año tras año y no preguntábamos “y por
qué”: cuando Madre decía que iba a nacer Jesús, era santa la palabra, tanto preguntar el porqué de las
cosas ni pollas.
Para
pedir los regalos a los Reyes no teníamos ni catálogos ni iPad, y como mucho,
deseabas un concepto. “Una muñeca”, “un camión de bomberos”, “una cocinita”.
Nuestros sueños no tenían patrocinador y había que concentrarse mucho en imaginárselos
con todo lujo de detalles y rezar para que acertaran. Todavía me sigo
preguntando cómo era posible que acertaran siempre.
Si soplabas en la ventana podías
escribir tu nombre. Como ahora.
Pero entonces qué risa…
La coza e la memoria que vaya usté a entenderla... como dirían los hermanos Álvarez Quintero. Gracias por el flashback, todo tiempo pasado fue mejor o eso dicen.
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