Me subo el largo de la falda y me instalo detrás de la gasolinera, siempre que la decadencia así lo aconseja.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Primero es la madeja, luego el ovillo

 Hay días en que quiero escribir y no sé sobre qué. 

Siento una necesidad pegajosa incrustada en mi pectoral, por la parte de dentro, en la víscera. Algo así como un hambre antigua de letras y tinta, pero sin concretar, ahumada. Todos los asuntos se me muestran apiñados en rebosante acerico de colores y no hay dios que elija uno. Se entremezclan así el amor con la ebanistería, la crisis con la pasión, la política con el calentamiento del planeta, y me da por pensar, con la frente apoyada en el frío cristal de la mesa, si no serán todos el mismo tema y qué necesidad hay, por dios.

Pero hay que elegir uno, o al menos, fabricar un esqueleto que mantenga al lector pendiente de tus mierdas, atento, entretenido, enganchado a unas líneas que le lleven, sin que se dé cuenta, al siguiente párrafo y así hasta el fin del texto.

Hay ocasiones en las que una gran idea te cruza la cara de un guantazo en plena noche, y al día siguiente te presentas ante el folio en blanco con el pelo engominado, el mejor vestido del armario y el comprobante entre los dientes, pero otras en cambio te cagas en los muertos de Teseo y Ariadna convencida de que entrar en un laberinto con un hilito, por muy largo que sea, tiene -a la fuerza- que ser de maricones.

Es en esas, cuando el titubeo deja claro su liderazgo y te recuerda quién manda, castigándote a  aguantarle la mirada al infinito, cuando hay que dejar los centros sueltos, tomar conciencia y ponerte las tripas por montera.


A ver qué sale. La empanada sigue estando ahí. Nos vale.

                                 No sabes bien. 

                                 Qué coño escojo. 

                                 Por qué este nudo.

Echas mano de la libreta en la que vas apuntando toda buena idea que se te ocurre a lo largo de tu vida y te das cuenta de que todavía no la has comprado, menuda noticia. Intentas recordar una situación real que hayas respirado con saña últimamente y sólo se te viene a la cabeza el penúltimo cabrón que se comió tu quiche lorrain antes de hacerte el sinpa. Estimas que está bien novelar tomas, pero no tantas. Le haces caso al poeta y aguardas.

Sigues buscando, mientras bailas con el cenicero una de Nino Bravo porque no quieres parecer grosera, pero sabes que lo siguiente será establecer una relación más seria y tiras de diccionario: Abatimiento, Bulimia, Cacharritos de plástico, Duelos, Estalagmitas, Fanfarrias.

Y cuando ves que el ingrediente principal no sale, que ya está bien de desear comer perdices con las palabras, que Inspiración acude al mostrador sólo si no la llamas, abres bien las piernas y dejas que te penetren las ganas. Estas ganas de escribir, que van bajando desde el techo,  menudas guarras, como si ellas gotas de vino y tú furcia en Murano, hasta hacerse mujercitas en las yemas de tus dedos.

Y que dios reparta suerte.

1 comentario:

  1. Quiero una página tuya, firmada con un mordisco, dejando huecos los dedos que repasen, mutilados, lo que la venus ha escrito.

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