Me cansa recoger bragas de suelos extraños que no paseo más que en noches de imperiosos encontronazos vitales. Cuando están tiradas por el piso son el símbolo de la urgencia del amor, da igual que sean sexys, atrevidas, elegantes, picaronas, sobrias, de pantera, con sabores, sensuales o aputanadas. Las bragas caídas en una moqueta desgastada son un otoño inesperado, aunque se folle en junio.
Desde que a una le hacen el primer desgarro en la parte izquierda del pecho -perdiendo así la virginidad de la víscera- las bragas pasan a ocupar el segundo plano que tendrán ya siempre hasta el fin de tus días, pues una vez descubierto que no protegen, sino que incluso estorban, hasta te permites el lujo de ir a veces sin ellas al curro.
Y cuando llega el momento crítico, asimismo te molestan. Chico, yo qué sé, parece que te queman y a la vista de los machos se vuelven invisibles, no existen, las ignoran. A tomar por culo las bragas y las interminables horas que te has pasado recorriendo tiendas para buscar unas que te queden bien cuando llegue el momento del amor, como nos gusta llamarlo en las fiestas de pijamas. Ellos no se paran a recorrerlas suavemente con los dedos, ni a acariciar el tacto que tienen, ni a observar cómo adornan tus caderas. Si la mujer pudiera aparecer en pelotas de repente en lo más caliente del combate, ahorrándoles trabajo, nos abandonarían menos. Yo una vez hice el amor con la condición de que se hicieran valer mis bragas y de que, al menos por un buen rato, hiciéramos notar ambos su presencia de forma animal pero educada. Nunca supe si llegó a gustarle o le pareció una idea vanguardista, terminó perdiendo mi teléfono.
Si alguna vez diéramos con un hombre que se recree por iniciativa propia en nuestras bragas antes de atacar, deberíamos tratar de conservarlo en nuestra agenda, hacerle un huequecito en nuestras vidas y cocinarle leche frita fuera de temporada.
Bajarse las bragas es un acto obsceno, de hembra pura, y hay que saber hacerlo con estilo para no caer de bruces en el polígono más cercano. Nadie se atrevería a enseñar sensualidad en los colegios, ¡que sean autodidactas, coño, y nos sorprendan! (pensarán). Siempre puedes sentarte y arrastrarlas escondidas en los vaqueros, y en ese caso, me da a mí la sensación de que te quedas desnuda antes de tiempo y les damos la razón a los impacientes antes mencionados. O también queda la opción de dejarlas puestas, en plan "a ver qué pasa", pero corres el riesgo de que te las quiten ellos y suele ser peor. Arrancar bien unas bragas sólo es un éxito si él es actor y tiene experiencia demostrable.
Dejadnos pasear por vuestras camas con las bragas puestas. Degustad sus transparencias, sus encajes, sus blondas y puntillas. Amasadlas con la lengua una semana entera, intuid lo que allá abajo esconden, disfrutad de su barrera, que siempre hay premio.
No hay nada más triste que recoger unas bragas después de follar con un apuesto desconocido que nunca dejará de serlo. Yo últimamente ya ni me las pongo.
Completamente de acuerdo contigo en todo. De principio a fin.
ResponderEliminarAunque yo conozco a uno que sí disfruta, y se recrea con las bragas, con sus bordes, con su textura, con su color,y porqué no, con su olor. Usa uno de sus dedos para separar uno de los lados, a la altura de la ingle, siempre así. Lo hace lentamente para alargar el momento.
Y no, no me lo quedo, porque él no quiere.
Pues disfrútelo, querida. No son muchos.
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