Ahuecar suavemente durante Infancia, peinando muñecas y enchufando a los príncipes en los negocios imaginarios de la familia, utilizando las combas para cruzar precipicios y entrenándose con la cocinita de plástico en el admirable arte de alimentar a los cien mil hijos de San Luis.
Cuando llegue Adolescencia, llenar sus paredes con las fotos de los ídolos tantas veces ensoñados durante noches de impaciencias y zozobras. Tapizarlo con retales de vaqueros desgastados, borracheras a escondidas y demos de besos.
Peinarlo mucho y probar con las rastas, los cardados, colas de caballo, flequillos cleopatra, decoloraciones y trenzas Dama de Elche.
Leer mucho. Vomitar de vez en cuando, a escondidas, si puede ser.
Sentir cómo crece dentro durante los meses que dure la experiencia.
Acariciarte por las noches para identificar las sensaciones.
Sufrir con paciencia las náuseas y las ansias que surjan mientras llega el momento del alumbramiento.
Comprarte ropa adecuada a medida que tu cuerpo abandona su volumen inicial. El que sea.
Dar muchos paseos aún cuando el tiempo no lo permita. Llevar una libreta a mano para anotar los sentimientos que nos provoquen escenas cotidianas antes inadvertidas.
No ponerle nombre hasta el final.
3. PARTO
Pasarlo a limpio y encuadernarlo.
Ya, luego, corregimos las faltas.
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