Déjales que te plagien, hija, así practiquen el arte de la lectura, al menos. Que se fijen bien en las emes y las bes, y que sean capaces de reconciliarse con las tildes. Que se aprendan el abuso de los adverbios terminados en mente, aunque nunca entiendan si te refieres al cerebro o al sufijo. Ojalá lo confundieran con la hierbabuena y se inventaran palabras que puedas copiar tú para hacer una rica sopa de invierno.
Que comprendan por fin que el destino siempre va unido a cada uno y no les dé miedo separarlo cuando duden, que se acuerden de Cervantes, de Jiménez, de Unamuno, aunque sea para cagarse en su puta madre. Y que no se olviden de la muda, que es la única que dignifica al Hombre.
No sufras, hija, sólo imitan las letras y tampoco hay tantas.
Podrán escoger las que tú escoges y agruparlas en el mismo orden, pero nunca podrán apropiarse de tus vómitos, de la fresca manera de proferir arcadas con los dedos, ni de los relámpagos que engalanan tus tormentas cuando menos te lo esperas.
Contar los mismos chistes no es delito, ni repetir jerigonzas o chascarrillos. Se podrá calcar el aforismo, el apotegma o la ocurrencia.
Domeñar metáforas es otra cosa.
Condensar la esencia del ingenio en una sacudida eléctrica sobre fondo blanco no lo sabe hacer cualquiera.
Que copien, hija. Que copien letras.
Tú escribe.
Magnifico
ResponderEliminarGracias.
EliminarHazme los deberes, porfi.
ResponderEliminarTrae, anda.
EliminarDice padre que te dejes de hostias y a corte y confección.
ResponderEliminarDile que no estoy dispuesta a ser una modistilla de tres al cuarto.
EliminarQue copiar no es más que no saber leer(te).
ResponderEliminarClap, clap, clap.
ResponderEliminarQué grande.
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