Me subo el largo de la falda y me instalo detrás de la gasolinera, siempre que la decadencia así lo aconseja.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Sorpresa

 

Eran poco más de las dos de la mañana y, contra todo pronóstico, su jornada laboral había terminado hacía un rato. Como era fin de mes y la crisis menguaba las carteras de los parroquianos, su jefe había decidido cerrar el negocio antes de tiempo y le había dado una carta de libertad que no se esperaba, pero que agradeció enormemente.

La madrugada estaba desapacible, venían rachas de viento que hacían temblar las llamas de las farolas alineadas en la acera, como enormes cerillas que se bamboleaban al aliento de un monstruo que soplara exaltado en una pelea consigo mismo. La música saliendo de los garitos arracimados en la avenida principal se le enrollaba al cuello igual que una bufanda, abrigándole el paseo, y contribuyendo a aumentar su sensación de felicidad. 

Podría haber tomado un taxi, pero prefirió caminar y dejar que sus pensamientos se esponjaran en la cabeza. Caminar le sentaba bien. Siempre guardaba un cálido recuerdo de los paseos que, de niño, solía dar con su padre los días que iba a recogerle a la salida del colegio. Eran unas caminatas interminables que le dejaban agotado cuando volvía al hogar materno para rematar la jornada escolar haciendo los deberes. Aquellos tiempos de inconsciente alegría quedaban muy lejos. Eran el lejano eco de una cascada agostada por los años y el peso de las responsabilidades.

Un grupo de adolescentes medio borrachos jugaban en mitad de la calzada a patear una pelota vieja, rescatada de algún cubo de basura, pasándosela torpemente entre ellos, como si en realidad estuvieran intentando arrancarse la típica bola de acero que les ponen a los presos en las viñetas infantiles. Los sorteó con un bufido, olvidando que alguna vez él también había sido joven, pero ni siquiera se molestó en juzgarles. Bastante tenían ya con lo suyo.

Sólo pensaba en llegar a casa, pegarse una buena ducha caliente que le devolviera el entusiasmo a sus músculos y meterse entre las sábanas calientes de Reyna. Esa sensación de encontrar una cama ya sobada le excitaba profundamente. Se había acostumbrado como un yonki a la sensación de sumergirse en la cápsula nocturna de ella, sigiloso y gatuno, invadiendo absolutamente su intimidad para sentir su contacto caluroso. Mientras tenía estos pensamientos se plantó sin darse cuenta en el portal. Era sábado y en algún rellano se escuchaban los retazos de una fiesta acobardada por la climatología de finales de febrero.

Al entrar en casa cerró tras de sí en silencio, pero unos murmullos amortiguados le llegaban lejanos desde la alcoba situada al final del pasillo. Se quitó los zapatos y sin encender la luz se dirigió hacia la habitación, para confirmar que todo estaba en orden, como siempre. La puerta entornada le privó en un primer momento del fogonazo que supuso para él la visión grotesca que se le presentaba ante sus ojos. Sintió el agujero de mil alfileres en sus pupilas, picando en su cerebro como avispas enfadadas. Y comprendió en un instante por qué su jefe le había permitido esa noche llegar antes a casa.

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