Me subo el largo de la falda y me instalo detrás de la gasolinera, siempre que la decadencia así lo aconseja.
viernes, 21 de octubre de 2016
Poema de Amor
miércoles, 19 de octubre de 2016
Día Mundial de Me Cago en La Puta Vida
Pues no, hijas. Eres una mujer normalita que va asumiendo día a día su nueva y devastadora realidad, y que aprende poco a poco cómo ir capeando esta vaquilla. Y si consigues reírte algo entre chute y chute de drogas, pues eso que llevas ganado, pero no nos lo vendáis como la eterna actitud que todas tenemos, y que tenemos que tener, porque no es así.
Por eso te digo.
Que nos cuenten también los días malos, y las cosas feas del tratamiento contra el cáncer de mama, que a mí me estriñe mazo y me sangra el culo. Y que nos los cuenten todos los enfermos de cualquier cáncer, a ver si ya por fin los blogs pueden servir para algo más que para endulzar los yogures de media tarde.
Que nos tienen que quitar las tetas para que no nos muramos, joder. Para mí es muy traumático, putas sonrisas ya. Y que nada volverá a ser como antes, por más que nos lo contéis con un lazo rosa en la solapa.
jueves, 15 de septiembre de 2016
Ingeniería civil
jueves, 21 de julio de 2016
Monólogo de una striper barata
El cáncer de mama es el tumor maligno más frecuente entre las mujeres de todo el mundo, basta ya de estadísticas. La sensación cuando te confirman el tuyo es lo más parecido a tu primer baile en barra americana al terminar COU. Es decir: te quitan de repente el suelo y te tienes que apoyar en los hombros de un ginecólogo recién licenciado. Ya me dirás, el vahído.
Lo pavoroso de la incertidumbre es que no este reconocida como enfermedad común. Esa es la única crítica que puedo hacer al sistema sanitario español, desde la modorra moral que me da el lexatin que me acabo de comer de aperitivo. La ansiedad es buena, pero sólo si estás morreándote con un chiquito durante las vacaciones en el pueblo de tus padres. Fuera de esos límites filosóficos es bastante chunga, la tía.
El nombre que le pongan me tiene sin cuidado. Carcinoma, tumor, neoplasia, nódulo infectado, cáncer... Yo lo siento ahí, como un kiwi amarillo al que rodeas con tu mano en un exquisito día de verano, latiendo suavecito, silencioso y tozudo. El gorrión traidor de mi pecho, lo llamo yo.
-¿Cómo va el gorrión traidor de mi pecho, doctor? ¿Sobrevivirá?
Los doctores nunca han entendido mi humor, lo miran todo desde su perspectiva médica y es terrible no poder contarles que tienes un gran corazón sin que piensen en una cardiomiopatía dilatada. Señor, ¡que estamos hablando de sentimientos! Da igual. Para ellos en el fondo no somos más que casquería, y menos mal. Intento introducir la ironía en las charlas que tengo en el despachito con el oncólogo, pero me ofrece sus ojos de lagartija como respuesta y luego mueve la cabeza como si no tuviera 25 años y lo supiese todo de la vida, y estoy segura de que en el fondo me ha desahuciado como influencer.
Hay tantas mujeres escribiendo por la red de sus cánceres que lo que más me apetece es contaros la receta del conejo escabechado y que le metáis en el tanga un billete de quinientos a vuestra imaginación. Todo es posible en un blog y en un seno, y es tan fácil caer en la tentación de unir ambas cosas que me voy a levantar tambaleante, enfocaré mentalmente la dirección de mi nevera y me serviré una copa de gazpacho fresquito, porque no hay nada más eficaz que la dieta blanda para atajar la diarrea moderna. Yo le pongo siempre un resto de pan del día anterior, bien duro, que es la base de nuestra fe, junto con el miedo.
Podría perfectamente alargar esta exposición con diversos temas que abarcan desde la sospecha, a los efectos secundarios de la quimioterapia, pasando por el desasosiego, la asignatura "habla con tu paciente de un diagnóstico chungo", el desmoronamiento de tus esquemas, entendido como metáfora de Occidente, la duda, el miedo, la rabia, la aceptación, el monosilabismo, el sorpresón, la capacidad personal para dar malas noticias, las venas, las máquinas para hacer resonancias, en las que tú eres el pokemon, los hospitales -esas ciudades-, los espejos, las salas de espera, la famosa capacidad de aguante del ser humano, los tutoriales para colocarte un pañuelo lindo en la cabeza o como ya he dicho anteriormente, mi famoso conejo escabechado. Están perfectamente descolocados, no tratéis de poneros en mi lugar, que estamos ahítos de empatía, para mi gusto.
No tendría sentido hablar de todos esos temas sin la correspondiente estructura bloguera que me permitiera compartir con todo el mundo de qué coño estás hablando, hija. Ya he visto que todas, en mayor o menor medida, pasamos por lo mismo. Es algo así como las cinco etapas del duelo, pero en cáncer de mama, así que poco puedo ofreceros que no sepáis ya si hacéis una búsqueda simple en google.
Quizás, si me atreviera, y para aportar un toque de originalidad que nadie me ha pedido, hablaría de la cama. De lo grande que se vuelve tu cama de repente, tanto, que no eres capaz de abarcarla en una noche entera de rodar por ella. O de la incapacidad humana para imaginarse calvo a uno mismo sin recurrir al photoshop. O de la agradable sorpresa de encontrarte los mejillones como alimento recomendado para pacientes en tratamiento oncológico.
Y de las palabras. Y de las prioridades. Y de la vida.
Pero anda que no hay blogs.
sábado, 18 de junio de 2016
V de emboscada
jueves, 18 de febrero de 2016
Ese bello animal de carga
Hasta para callar era más silenciosa de lo habitual, pues conseguía envolverme para regalo y aparentar que seguía fingiendo como siempre, sin que nadie sospechara que las contracciones de mi corazón me hacían muchísimo daño y me forzaban a un parto con cesárea. Los fórceps de la sociedad ni son de acero ni falta que les hace, puta eficacia.
Cuando llegó la pubertad se complicó el axioma, y el cocido ya no era suficiente. Yo hubiera seguido en silencio si los mayores no se hubieran empeñado en reclamarme explicaciones, sentencias, sintagmas nominales, opiniones, descripciones de escenarios, razones, paráfrasis y demás ruidos alternativos que me obligaban a bombear palabras para satisfacer su inercia comunicativa.
Por entonces, muchos caballeros en ciernes huyeron despavoridos de los sillones enmoquetados en los que apenas encontraron algún magreo inexperto por mi parte y aburridos muros de silencio, similares a los que-ellos aún no lo sospechaban- al cabo de los años terminarían agostando sus matrimonios de conveniencia.
El tsunami me pilló, qué esperaba, una mañana a solas en el cuarto de baño, obligándome de golpe a hacerme mayor con dos pequeñas rayas imposibles de esnifar. El Silencio regresó entonces como un famélico exiliado y se sentó a hacer bolillos con mi aparato fonador, durante años. Gobernando así, en regencia, una minoría de edad que los mayores disfrazaron con somieres prestados y muchas sonrisas de plástico.
Transcurrieron los años y aprendí a domarlo. De doler, pasó a calmar. De contrariar pasó a enguantarse. De tanto enraizar no tuvo más cojones que florecer.
Y hoy, que tengo ya completamente amueblada la sala de espera en la que entré de niña, y después de tantos años llegando el último a la meta, el Silencio se sube al podio de mis arrugas de expresión y salpica con la espuma del champán todas las urgencias y premuras de los que no saben callarse ni debajo del agua.
Silencio, se vive.