Nos habremos dicho nuestros nombres por whatsapp después de chatear como Nerea33 y UnodeTantos un par de noches, siendo generosos con las coincidencias, el interés mutuo y la cantidad de alcohol ingerido mientras tanto.
Conocer a una persona tiene hoy el encanto de la tecnología, y sus rutas son inexorables: del anonimato, a la cercanía del emoticono, y de la voz distorsionada por el micro del smartphone, al shock de tenerla delante.
Las citas a ciegas pueden ser un modus vivendi solo si aguantas sus pollazos: la tensión de la ruleta, el encanto de comerte de un enorme ñamñam las expectativas del éxito, la delicatessen del morbo. Esa sensación previa de llevar grabado un «voy a tener potra» en la frente mientras buscas con la mirada una camisa negra y unas gafas hipster. Esos minutos interminables en los que deseas fervientemente que cuando escribió correctamente a gusto no fuera fruto de la casualidad o del corrector ortográfico, y esté convencido realmente de que se escribe separado. La inquietud del ojalá, por favor, que sea ese tan guapo que está apoyado ahí en la entrada de la FNAC y a quien le acaba de dar un beso la zorra esa, zorra, hija de puta, pues entonces cuál es.
...ojalá esos minutos fueran eternos. Ese cosquilleo. Ese tonto desasosiego. Que no pare nunca la tragaperras de girar los ojitos, que el azar te baje las bragas lentamente, y no se pase never la emoción del momento. Ese momento previo a que se plante delante de tus napias un señor que coincide más o menos con lo que te habías imaginado, y ofreciéndote un cubo de agua fría te pregunte si quieres que llame a los medios mientras te la echas por encima o si te la vas a beber.
Pero todo pasa. Ya le tienes delante y aguantar el tipo es un arte. Quién ha dicho que la cortesía hoy no está de moda. Siéntate aquí en esta terraza está bien, sí, te gusta, es perfecta para empezar a conocerse, y cuéntale por qué estás allí, qué buscas, quién te hizo daño, a quién votas, por qué dios te ha abandonado, los dientes de leche que guardas en la cajita de nácar, si has traído condones, a qué hora entras mañana, lo que opinas del pulpo a feira, si tienes miedo, cuánto mides descalza, que tuiteas compulsivamente, tus divorcios y sus causas, por qué prefieres una piscina de olas para suicidarte, cuántos kilómetros os separan, la talla de los brackets, si te gusta leer, pregunta el pavo, tu malestar favorito, la excusa más votada, si el cuscús con cordero o con verduras, la emisora que escuchas, el ritmo que más te gusta, cómo te imaginas la menopausia y por qué no montas una pyme.
Pregúntale lo mismo, que vea lo que jode.
Beberemos y comeremos juntos y nos empeñaremos en pagar a medias. Que se nos salga la paridad por las orejas, mi vida, que tú no lo sabes aún, pero ya eres mi vida, con tus ojos miopes, y tus manos de leñador y tu espalda-montaña. Seremos iguales para pagar las copas, pero a mí tú me gustas mogollón y me imagino en tus fuertes brazos mientras me untas el paté de cabrales por el cuerpo, y pasándome el revuelto de la casa de tu misma boca, sí perdona, yo con Beefeater, también, sí, estaba pensando en nuestras cosas, claro que te espero mientras vas al servicio, vida mía, mi amor, desconocido mío.
Tras dos horas de pesquisas mutuas remataremos el formulario y estamparemos nuestra firma en todas las hojas por duplicado. Se hará tarde y ya no seremos unos críos. Caminaremos hasta el coche y a tomar por culo el encanto de pedirte el teléfono porque lo tenemos hace quince días de interminables saluditos bip antes de dormirnos.
Otros dos besos, tío, me parece ya demasiada cortesía, y esa manía de respetar el espacio vital una leyenda urbana, por favor, acércate más, rodéame la cintura como si tal cosa, ponme un mechón de pelo tras la oreja, algo, un gesto que nos ahorre la tirantez de la despedida, llámame Nerea, no sé, hijo, algo. No destruyas el Lego Friends que llevamos toda la tarde montando, pieza a pieza, sin mirar las instrucciones, no seas así de bruto. Que se te note la dignitas, los master del universo, tus horas de gimnasio y la capa de superman con la que fantaseé yo en mis más húmedos sueños.
Rellenaremos los huecos con tres frases hechas y miraremos ambos tu reloj de diseño mientras me sueltas:
-¿Te llamo entonces?
Haz lo que quieras, hijo de puta.