Por qué respiro. Por qué preparo macarrones con tomate. Por qué me cepillo los dientes durante dos minutos. Por qué abro los ojos por la mañana y tomo conciencia de mi cuerpo. Por qué me duele la herida rasposa de una felonía. Por qué puedo verme las venas de la mano o apretar un kiwi maduro hasta que se revienta entre mis dedos.
Leer es mi hábito alimenticio, la loba que amamanta a mi Rómulo. Y mi remo. El atracón de las fiestas, el menú del día, mi guiso.
Leer es mi postura, mi actitud, mi gesto de tres mil minutos de silencio.
Subir una colina nunca es tan fácil como cuando abro un libro, ni estampar una máquina de escribir en la cabeza de una loca. Atracar un banco es tan sencillo como abrir la nevera. Ponerle los cuernos a tu esposo, aminorar la marcha, abrir a machetazos una senda en la Amazonia, preparar veneno, pintarte los labios para besar al asesino, organizar una fiesta de aniversario a la que no asistirás, ocupar el parking del vecino, separar la paja del grano, ofrecer becerros en sacrificio, ver dos lunas en el cielo, hablar con los gatos, temblar por un viaje, morder a un perro, tener un hijo, perderte en los montes Apalaches, hacer el amor con Cleopatra.
Intenta explicarle a alguien que no lee que puedes hacer todo eso con un rapid eye movement.
Leer es mi barranquismo particular, mi servicio secreto. Por qué contratar una agencia de detectives cuando puedes descubrirlo por ti mismo. En la cama, mientras hierve el agua, en autobús o en metro, apoyá en el quicio de la mancebía, en enero o en Gandía, en sillón, en silla, en el trapecio, en un banco, sujetando una pared, sentada en el suelo de baldosas amarillas, recostada, en clara actitud de rebeldía, en un césped de piscina, en aquel momento en que cambió tu vida, dentro de los armarios roperos, en una balda, barandilla o repecho del camino, en los muretes del cementerio, en las cornisas, en las finas líneas que separan mi libertad de la tuya, en los tableros de ajedrez gigantes, en la alfombra, en una playa mientras fantacocacola, en la espalda del amigo, en la escombrera.
Se me empotran las letras por el pecho, con lujuria.
¿Dije pecho? Por los ojos, por las uñas, por el hueco intercostal del de la Biblia, por debajo de la lengua, en las rodillas. Mis pezones, la nariz, el resultado final de dividir entre dos todo mi vello, la profundidad de mi garganta, mis reflejos, la perfecta arruga de mi ceño.
Si leer es una fiesta, por qué no emprender con una pyme de flyers.
Cuando leo muero. Muero y vivo. Se me acaba la hipoteca, la tontería, la tristeza, la vida. Empieza otra hipoteca, más tontería, otras tristezas, miles de vidas.
Leer es mi botón de inicio. Mi leer es mi botón de inicio. Mi chapuzón, mi zambullida. El libro es el "lo otro", el resto. Leer es mi inmersión, mi curso de buceo, mi alud, la hostia que te da tu madre cuando llegas tarde, la tabla del cuatro que recito, leer es quedarte un poco viuda.
Leo porque respiro.
Leo donde quiero.
Siento.
Leerte y quererte. Leerte y sentir que me das la razón. Leerte y desear esa charla maravillosa contigo en una terraza de Rosales (si es que aún existen) o en la California (sí, soy de las clásicas) Leerte y querer pasar por tu ciudad y mirar con cariño sus edificios que casi he olvidado.
ResponderEliminarEn fin, leerte y desear vivir algo para poder recordarlo por los restos de los restos, amén.
Te adoro, Diosa.
Impresionante.Radiante.Oscuro.Estremecedor .
ResponderEliminarJusto en mitad de la frente.
Francotirador siberiano.
Barro el suelo con la pluma del sombrero. Cuesta creer que lea usted aún mejor que escribe. Mi consideración más distinguida y un tórrido saludo.
ResponderEliminarGracias a todos.
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