Amado
mío:
Sigues sin venir.
No habías llegado aún a la vuelta de la esquina cuando terminé por fin de hornear nuestro pasado, tan negro y crujiente como te gustó siempre. Es una pena que tengamos que comerlo frío, en póstuma venganza del angelito del carcaj. Mi madre nunca me enseñó a cocinar bien el postre.
Ya no lloro, amor, que ya no sé, barreño mío, pero tengo perlas de rocío como okupas en los ojos, y amenazan con verter mejilla abajo cada vez que nos sentamos todas a tomar el té mientras miramos las fotos del último orgasmo que fingimos juntos. Te gustaría ver cómo evoluciono con los gestos.
No habías llegado aún a la vuelta de la esquina cuando terminé por fin de hornear nuestro pasado, tan negro y crujiente como te gustó siempre. Es una pena que tengamos que comerlo frío, en póstuma venganza del angelito del carcaj. Mi madre nunca me enseñó a cocinar bien el postre.
Ya no lloro, amor, que ya no sé, barreño mío, pero tengo perlas de rocío como okupas en los ojos, y amenazan con verter mejilla abajo cada vez que nos sentamos todas a tomar el té mientras miramos las fotos del último orgasmo que fingimos juntos. Te gustaría ver cómo evoluciono con los gestos.
Con
el ruido del portazo al despedirte se ha desconchado un poco el arcoíris que
me dejaste pintado en el espejo del baño la primera vez que salimos a cazar
juntos y no encuentro mis pinturas de guerra para restaurarlo. El galerista de
la esquina dice que el sfumato no es solamente una técnica pictórica, sino una
salida airosa si se sabe amortizar bien. Me propuso hacer una exposición con tus
destrezas.
Me
he colgado el cartel de “don’t disturb” en el pezón izquierdo y cada vez que me
avisan del servicio de habitaciones, pido que me sirvan un reclinatorio bien
caliente para rezarte quedo, mientras le enciendo velas al director del hotel
en que has convertido mi vida con tu huida, cobarde mío, fugitivo de mis
ciclos, evasor de besos.
También
he vendido en e-bay mi apellido de soltera, la prudencia que nos sobró aquella
nochebuena y el braguetazo que auguraba mi madre cuando te conoció en el baile
del palacio. Con lo que me han dado he comprado unas pistoleras que hacen juego
con las botas de cowboy que me regalaste. Ahora que no estás me disfrazo menos,
pero disimulo más, mi Ken, sherif de mi saloon, amor. Y no me hablo con mi madre,
que se empeña en reponer el zapato de cristal que te llevaste y hacerme un
vestido nuevo de princesa, para que acuda a otros bailes. Hay pespuntes con los
que nunca he podido, bien lo sabes tú.
Desde
que ya no estás me hago jabón, y me froto con
la ropa que fuiste dejando como el reguero de migas de pan que se ofrece al
infeliz antes de abandonarlo, pero me sale espuma por la boca y los vecinos
llaman enseguida a los loqueros. En esos días, disimulo la mejor de mis corduras
en las reuniones de la comunidad y voto siempre en blanco. Las derramas siempre
fueron nuestro fuerte, acuérdate.
De
unas semanas a esta parte me llamo a consultas, me eternizo con los ruegos, me
deshago de los coches oficiales que me regalaste cuando novios, me auditorío, me hago torrija, amor, bacalao de mi potaje, cilantro mío. Me
soplo las velas, para hincharlas y bregar a barlovento y que se cumpla mi
deseo, pero olvido que vendiste el yate tras la última mudanza y que contigo
nunca fue mi cumpleaños.
Me
riego, pero en vano. Me abono, pero soy estéril. Me podo, pero rebrotas. Me
meto entre las hojas de un libro, me aplasto, me seco, me hago marcapáginas y
te indico que vas por aquí, fantaseo con que vuelves a casa, sonriente,
y me lees en voz alta los dibujos que me hacías mientras yo freía las sardinas
y tú me asegurabas que leerse el uno al otro era el acto sexual por excelencia.
Qué bien leías, amor, mi amor, mi rapsoda, mi tenor.
Dios
viene los domingos a ver una película conmigo y me pasa los kleenex mientras yo
salgo por el ring a pasear el cartelito con el peso del morlaco que me has
dejado aquí en el pecho, domador, cazafantasmas, torero mío.
Escríbeme y me dices qué
hago yo con este amor de estraperlo, en qué periódico envuelvo ahora el pescado
en que me has dejado convertida con tu salida nula; cualquier juez de pista
estaría encantado de repetir el disparo, de saber que me acertaría tan de
lleno.
Me
destilo viva, amor, ¿no ves?, me fumo entera, me escabecho y me adoctrino, me eternizo en
los gemidos, me revoco la fachada, despresurizo la cocina y desfilo con enaguas
por mi cama. Me acolcho la pared del estómago y vomito dos primogénitos por día, me armo de valor y se me
encasquilla cuando disparo, me trenzo las arterias y vareo las espinas que se
me quedaron clavadas en nuestro último Gólgota. Me muero.
Por
qué no dejas de fumar de una vez.
Tuya
siempre.
Qué difícil se me hace contestar a la pregunta que haces tras leerte: "¿Tienes algo que decir?"
ResponderEliminarEn verdad, después de ti, no me queda nada de lo dicho.
Y tener que seguir pagando el IBI de esa parcelita de la memoria donde van todas las conexiones averiadas, qué.
ResponderEliminar