Superada la barrera de coral de los 50, ya nada es lo mismo. Podrá deberse a todos los factores que tú quieras, mi niño, pero los hechos son los hechos: todo cuelga, nada permanece.
Tampoco la sensación de estar muerta es la misma que cuando tenías veinte. Ahora es más, cómo decirlo... ahora es más preciosa y más seca. Más cotidiana, si quieres. Todo lo que antes sentías en un minuto te lleva ahora meses de degustación, que para algo tenemos reserva vip, mi amol.
Por cada abrazo que te hubiera dado hace siglos ahora no vas a recibir nada más que estupor. Por cada beso que te hubiera arrancado de tus jugositos labios, hoy en día solo te puedo ofrecer un vaso de agua. Que no es poco, también te digo. Y esta serena frialdad, tan extraña y tan bella a la vez.
Porque cuando la hormona muere, se destruye algo de sinapsis también. O qué te crees, que somos invencibles.
Y donde hace años me hubiera arrastrado en tus preciosos ojos azules, revolcándome en sus cristalinos destellos como una perra en celo, falta de un cariño ancestral, lejano y eterno, desvalida y deseosa de gustaros a todos, donde antaño le hubiera suplicado a tu manaza que me estrujara el cuore para sacarme tó el zumo, para luego regármelo en nuestra fiesta privada, donde antes hubiera suplicado tus migajas de cariño... Hoy solamente encuentro calma.
Y ganas de pirarme p'a mi casa, a ponerme el pijama y a calentar la bolsa de agua.
Y algún jirón de tu risa cantarina se me acopla al lado, ya tumbada, no lo niego. Y el lejano recuerdo de tu pierna apoyada en la mía cuando estábamos en el teatro, esa mezcla de calor y presencia sumisa, no sabemos si buscada o ejecutada con indiferencia, pero presencia y calor, al cabo, pierna con pierna, calor con calor, presencia con presencia. Nuestras piernas. Me lo traigo, lo releo y lo dejo subrayado por si quiero volver a degustarlo en algún otro momento.
Por lo demás, sigo muerta. No tan desvalida como cuando sabía ejecutar todos los pasos, pero casi. Perdida, por dentro y por fuera, desarraigada, destronada del pedestal de la mujeridad, menopáusica arrepentida, quizás más niña que nunca, vete a saber. Destronada del amor y reina del carnaval de mi propio Cai. Cariño, no tengas miedo. No soy ni más ni menos que cualquier otro carpetazo. Desahuciados estamos todos.
Como no se te va a echar de menos. Siempre certera, siempre en la diana
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