El otro día salió en el telediario la noticia esperanzadora de que una chica joven ha superado un cáncer de mama, y ya desde el titular el presentador empezó a sudar meloso. Durante los 45 segundos que duró la cobertura del notición, mi salón se convirtió en una máquina de fabricar dulce de azúcar, por dios, qué atracón. Música melódica, tirando a tristecilla, planos de la muchacha paseando con absoluta normalidad con su novio, de la mano, y su sólido testimonio: "puedes afrontarlo con una sonrisa o no, y tú eliges en qué lado estar". Pues como no me cuentes nada más, chica joven que acaba de superar un cáncer de mama, me dejas igual que estaba, de estupefacta. Ole ahí tus cojones y tu experiencia personal, tan didáctica.
Tener cáncer de mama no es maravilloso ni rosa, señores. Ni eres más luchadora que otra mujer que no lo tenga, ni más superviviente que la que pelea cada día con su vida cotidiana, ni eres extraordinaria por tener un tumor en la teta, ni te conviertes en escritora por contarnos cada puto día de tu personal calvario como si fueras Dorothy buscando a Tamariz. Tralará, tralará, qué bonito es este camino de baldosas amarillas que me ha tocado recorrer, qué especial soy y qué sonriente todo.
Pues no, hijas. Eres una mujer normalita que va asumiendo día a día su nueva y devastadora realidad, y que aprende poco a poco cómo ir capeando esta vaquilla. Y si consigues reírte algo entre chute y chute de drogas, pues eso que llevas ganado, pero no nos lo vendáis como la eterna actitud que todas tenemos, y que tenemos que tener, porque no es así.
Muchos, muchísimos días, son bien jodidos y no tienes ganas de mostrar las uñas, porque no tienes fuerza. Pero no fuerza en sentido metafórico, o sea en plan fortaleza vital o lozanía metafísica, no. Las piernas no aguantan tu peso, y no puedes ni con el libro electrónico más ligero del mercado. Y para levantarte de la silla o de la cama tardas como quince segundos desde que asientas los pies en el suelo hasta que puedes dar el impulso que consiga erguir dignamente tu cuerpo a la vertical clásica.
Muchos, muchísimos días no soportas a los que están a tu alrededor, odias a la humanidad completa, te ves fea, gorda, como un escombro de la mujer sólida que eras hace tres meses, ya no eres sexy (si es que antes lo eras), ni tienes ganas de contar cómo te sientes, sólo quieres que te dejen en paz, que no te hablen, por favor, que no te recomienden beber dos litros de agua al día, ni hacer ejercicio suave media hora cinco días a la semana, ni seguir una rutina para cuidar tu maltrecha piel, porque te la suda todo: la cosmética, la OMS y lo saludable.
Muchos, muchísimos días, no te apetece comunicarte ni hablar de tus sentimientos, te harías el harakiri porque sientes que vas a explosionar en cualquier momento como un globo de feria, pasas de hacer maratones solidarios, principalmente porque nunca te ha dado por salir a correr y en tus planes inmediatos no está echar el bofe vestida con unas mallas que nunca, en ninguna otra circunstancia, te pondrías. No estás dispuesta a conocer el testimonio de otras damnificadas, porque te aburren sus experiencias personales, tan jodidamente parecidas a la tuya, y matarías a todos los psicólogos que te rodean, con sus bellas frases de ánimo: "estar calva es lo de menos, el pelo crece" "eres una mujer muy valiente, vamos a poder con esto" "ya verás todo lo que aprendes de esta experiencia" "el año que viene te acordarás de esto y nos reiremos mucho". De "esto" no, del cáncer, señores. Del cáncer, atrévanse a llamarlo por su nombre, que no se contagia. No hay nada más indigesto cuando te está viniendo una náusea que un tradicional enunciado rosa, ni primperan ni pollas.
A mí el cáncer de mama no me está enseñando nada que no supiera ya, porque lo de apretar los dientes con el cuchillo en la boca reptando por la jungla lo aprendimos con Rambo en los años 80 y con el SIDA en los 90.
Por eso te digo.
Y yo prefiero cultivarme con tutoriales y no a base de devastadores efectos secundarios. Pero vender una imagen pastelosa del cáncer de mama está de moda. Todas sobrevivimos felices y estrujando la naranja de lo positivo hasta dejarla seca, nos sobreponemos valerosamente a toda la mierda esta y somos unas mujeres admirables que no reniegan de dios ni un solo día durante el periplo, y que nunca, nunca, sienten ganas de morirse, ni tienen miedo, ni lloran sentadas en la taza del váter mientras se cagan patas abajo, literalmente, sintiendo piedad por sí mismas y refocilándose en la pena, arrancándose la lengua con las manos para poder llegar a lamerse las heridas más lejanas, y por ende, antiguas.
La actitud positiva es el mensaje, y no podemos ser débiles ni quejicas porque eso hace que el tumor, ese hijoeputa por el que están machacando nuestro cuerpecito, se haga más grande y nos mate, algo que no encaja muy bien en las estadísticas actuales. Quedaríamos fuera, porque sólo se dan las positivas.
Pero no todo es tan rosa, perdón por insistir. Hay días morados y días negros, y días grises y amarillos. Como los días de cualquier mujer y si me apuras, de cualquier ser humano. Ni estamos nunca felices, ni nos sentimos siempre una cagarruta, esa es nuestra grandeza y nuestra salvación, con cáncer o sin cáncer.
Que nos cuenten también los días malos, y las cosas feas del tratamiento contra el cáncer de mama, que a mí me estriñe mazo y me sangra el culo. Y que nos los cuenten todos los enfermos de cualquier cáncer, a ver si ya por fin los blogs pueden servir para algo más que para endulzar los yogures de media tarde.
Que nos tienen que quitar las tetas para que no nos muramos, joder. Para mí es muy traumático, putas sonrisas ya. Y que nada volverá a ser como antes, por más que nos lo contéis con un lazo rosa en la solapa.