Me subo el largo de la falda y me instalo detrás de la gasolinera, siempre que la decadencia así lo aconseja.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Ingeniería civil

El cáncer de mama no es un tumor. 

                                           Es un túnel.

Al que te empuja un señor que nunca va a terminar de saber empujar a la gente, y donde te va poniendo el trapo en los ojos mientras te voltea y tú vas notando sucesivas agujas hipodérmicas clavándose en el centro de tu pajar, poco a poco.
El túnel no reduce su tamaño, en contraposición al quiste, pero puede llegar a hacerse inmenso.  Una vez dentro ya no tienes escapatoria, y ni ves luz al final ni pollas. Todo es aparatosamente oscuro y tienes que caminar confiando en pisar las boñigas de tal forma que la mierda no te rebase las suelas de las chanclas. En invierno te puedes poner las botas.
A aprender no te da tiempo, pues en el túnel todas las referencias del exterior se pulverizan en cuanto entran en contacto con la atmósfera opresora que ha recreado, gentilmente, para ti. Lo que sirve en tu túnel no sirve para otro, aunque la tuneladora sea la misma. Muchos ingenieros han trazado la ruta de excavación adecuada de los cuerpos con cáncer, pero el túnel propiamente dicho te lo comes con tus patatas. El mío es pastoso, denso, como las patas de un pulpo con vegetaciones, caótico en su franqueza, absolutamente fiel a su cometido, generoso en angustia y amigo de mis canguelos. El Woody Allen de mi tren superior, digamos; el Delibes de mi aparato digestivo, el hediondo ambientador de mi cabeza, pestilente muchachete, nauseabundo y prevaricador a partes iguales.

Imagen relacionada¿Me da libertad su negrura? Pues ninguna, pero según se mire. 
Imagina que eres don Quijote pero que no ves una puta mierda y sientes que los molinos tienen manos babosas y te están tocando, y además, que vierten encima de ti el liquidillo que les sale de la nariz y recorre a la vez sus gargantas como un arroyuelo incapacitado por la administración pública. En el túnel todo se vuelve endiabladamente irreal. 
Imagina... imagina que en vez de yelmo llevas los cuernos que te ha puesto tu cordura, y que Sancho se ha hecho emprendedor y vende la historia de ambos en formato electrónico, desde Ibiza, su isla. Y luego imagina a Saramago friendo sardinas en la puta caverna. 
Pues un poco libre sí que eres, en ese sentido. 
Pero todo está en tu cabeza, porque no ves tres en un burro, el túnel no te da tregua, no tiene respiraderos ni salida de emergencia. Menuda experiencia vital para crecer como persona, repiten los gurús de tu zona. ¿Perdona? Que yo sepa, Marinador no tiene túneles, y yo ahora tengo una mina de doxorrubicina chorreándome coño abajo, negra como un nutrisse 2.10-negro azulado de Garnier, un pasillo frío, alcahuete, doctorando, lúcido y espléndido, por el que, como si fuera un wipeout diario, voy sorteando bascas, blanduras, flojedad, orfandad vital, insuficiencia bloguera e impotencia. Me cago en las experiencias vitales, señora, hágame un gazpacho con bien de vinagre, que ya estamos hartos de tanto mito.

Quiero salir de mi personal túnel, porque miedo tampoco es la palabra, pero cansa mucho.

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