Me subo el largo de la falda y me instalo detrás de la gasolinera, siempre que la decadencia así lo aconseja.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Joder, qué poco he escrito este año


Mira que me gustan poco las estadísticas, pero casi a punto de finalizarlo, este año he escrito un 61,54% menos que el año pasado y un 75% menos que en 2013. Si me baso en la premisa de "se escribe más cuanto más jodido está uno", puedo inferir tranquilamente que en 2013 estaba un 300% más jodida que en 2015, y que en el año 2014 me recuperé en un 46,67%.
 
En 2012, que fue cuando cerré otro blog precioso que tenía y abrí este, escribí solamente un 37,5% más de lo que llevo escrito desde enero, una diferencia bastante ridícula si tenemos en cuenta que en cuanto publique este concienzudo estudio, la diferencia se reducirá al 25% y en cualquier momento de aquí a final de año, con alguna carta a los reyes magos y otras dos chuminadas estaré, estadísticamente, igual de jodida que en 2012. 
 
Ahora bien, supongamos que este año el motivo para escribir menos no es que esté un 60% igual de jodida que en 2012, ni un 469% más desesperada que en 2013, sino que todo sea producto de estar feliz y contenta. Eso significaría que 2013 fue un 75% más mierder que 2015  y que en 2014 ya se veía el repunte de mi estado de ánimo hasta en un 39%, dato que me predisponía bastante a escribir menos.
 
Según estos cálculos, 2015 ha pasado un 87% más rápido que 2012 y un poquito menos que 2014, la diferencia es desechable; 2013 fue algo más raro, no puedo dar cifras.
Si sacamos la media por años, estoy en condiciones de afirmar que en 2016 voy a escribir aproximadamente unos 11 post, que supondrán un 24,44% de todo lo que llevo escrito hasta ahora en este blog, y que si sumo todas las cifras que he escrito hasta aquí, exploto.
Joder, qué poco he escrito este año y qué poco me gustan las estadísticas.

 

martes, 1 de diciembre de 2015

Instrucciones para leer a Cortázar

Si es tu primer acercamiento porque alguna coordinadora de club de lectura haya impuesto el tomo, no dejes que los rumores de familiares o amigos destrocen el acto.
Evita querer saber lo que es un cronopio antes de abrir el libro, no lo preguntes directamente al menos, y jamás con frases directas y cortantes. Si aún así la curiosidad te provoca calambres en los codos 


o náuseas, 


procura dar delirantes rodeos y nunca utilizar palabras desgastadas para recabar respuestas, pues si tu interlocutor no es lector habitual o es lo que llamamos un falso lector, provocarás en él el típico arrebato de ignorancia que se suple con la primera información que acuda a su cabeza y posteriormente a su boca.
Abre el libro por la primera página en cuanto tengas un momento, es el acto más íntimo pero también más lógico. Aunque a medida que te dejes engatusar por el absurdo, se recomienda una lectura saltimbanqui, o lo que es lo mismo, abre páginas al azar, procurando siempre que coincidan con el inicio de alguno de sus misteriosos, jerigonzos, alocados y maravillosos cuentos. Si se desea empezar por el final, Rayuela para todos.

Usurpa varias personalidades durante un mismo relato. Tiembla de pies a cabeza cuando alguno toque tus fibras más íntimas. Asómate a la ventana escupiendo hacia arriba si deseas irrefrenablemente imitar a algún personaje. O que llueva. No escatimes esfuerzos. Alíate con las esperanzas y aprende a bailar catala en la academia de la esquina. Apadrina un huevo. Piensa que, más pronto que tarde, la vida entera se vuelve en tu contra en ese último momento.
Sigue leyendo.
No tengas miedo de no entender nada, porque en el fondo, nada es entendible y qué verdad tan grande. Déjate caer por los toboganes de su absurdo, por la tirolina de su exageración, por su univilerso. Pasa rápidamente tres o cuatro veces la misma hoja, moviendo el aire, sobre todo si es verano. Y si es invierno hazte un té caliente y que se lo beba otro. Tú lee. Ayúdate de la yema de tu índice para recalcar bien cada sílaba al tiempo que la pronuncias y nunca nunca olvides que efectivamente.




jueves, 12 de noviembre de 2015

Otonio IV

Acabas de hacer el checking en mi agenda y ya me tienes en el bote, ladrón. Con tu imperturbable estilo. Tu paragüitas al brazo, un buen trozo de pan casero en el macuto y ese eterno quilombo que llevas siempre en el bolsillo central del peto, infestado de castañas, viejas entradas del Aquopolis y monodosis de boletus aereus. Eres el gentleman de los equinoccios, mi vida, sólo te falta el bombín y en mi cabeza lo llevas siempre puesto.
Los indicios de los días más cortos, de las mañanas frescas y las noches largas no son nada comparado con el olor. Si el verano huele a pastoso gel de coco, tú hueles a umbría, a humedad, a resfriados gangosos, a cuellos vueltos. A cebollas y a calçots, a rúcula, guisantes y repollos. A membrillos con almíbar, a un buen guiso con patatas, a crema de calabaza con naranja. A hombre. 
 
Sinceramente, estaba hasta la polla del olor a barbacoa, y en el fondo me divierte ver cómo juegas con nosotros tal que fuésemos los personajes de aquellos recortables de papel de mi infancia, a los que podíamos vestir con un biquini, un gorro de lana y unos zapatos de tacón y nos daba igual todo: la temperatura ambiente, la moda y hasta la mismísima dignidad humana. Nos tocas los cojones con mucha gracia, con tus bandazos atmosféricos que ya has convertido en marca blanca, en denominación de origen. Si tuvieras que volver a encargar el logotipo de tu empresa te recomiendo que evites la puta hoja ocre cayendo y te pongas un emoji muerto de risa, que te representa, no sé si más, pero sí mejor. Yo disfruto, en serio, aunque no tanto como para volver a sacar las sandalias. Por ahí no paso.
Pero me molas. Me pareces divertido, guasón, astuto, bello. Con ese punto a mitad de camino entre lo decadente y el Bayles, entre las ganas de farra y el asesinato.
Lo que no te perdonaré nunca es que cada vez aguantes menos follando.
Un beso.


Otras entregas: OtonioOtonio IIOtonio III



miércoles, 5 de agosto de 2015

Madurar es aceptar las tetas que tienes

A casi todas las mujeres en algún momento de nuestra vida se nos llena la boca diciendo "soy una mujer lo suficientemente madura para tal cosa o para tal otra", y de repente aparece un día un hombre y te pregunta qué cojones significa eso. Y escribes un post, que eso no sé si es un síntoma de ser una mujer madura pero alivia bastante la parte de morderte la lengua.

Madurar es adquirir pleno desarrollo físico e intelectual. Pero así definido, tan contundente, hijo, tan soso, tan científico, pareciera que madurar es una puta mierda, comparado con "respirar", "follar" o "comer".

Una mujer madura no es la más vieja, en eso estoy de recuerdo; pero necesariamente el tiempo de exposición al sol y el agua ingerida a través de las raíces, ayudan a glorificar la fruta de su plexo solar. 
Carmen.Fruta.Madura 3

Carmen.Fruta.Madura. por Carmen María García

Tampoco es la que más emociones siente, sino la que sabe que la mayoría de ellas tienen ya nombre y apellidos, son viejas conocidas que han hecho hace años la visita de buena vecindad, hola, soy Miedo a la Soledad, llevo algunos meses viviendo en la casita de enfrente y te he traído un pastel de zanahoria con sayo de fondant al chocolate con naranja. Pues mira, hijo, pasa y siéntate, que ya soy una mujer madura y me atrevo incluso a ponerte un nesquik para acompañarte en la orgía. 
La diferencia entre una mujer madura y cualquier otra no está en sentir o no sentir, correcto. Y por supuesto, tampoco está en la edad ni en las arrugas, sino en la capacidad elástica de tu santo coño para poder metértelo to pa dentro. El dildo de la vida es enorme, y sobre todo, muy largo.
La mujer madura ya no tiene brazos, y en su lugar viste chalecos salvavidas. Y prescinde de las escaleras: sube y baja peanas a pulso, a donde les alzan y de donde las empujan a diario sus hijos, sus  maridos y amantes, los vecinos, sus jefes y todo dios que se empeña en que fortalezcan los glúteos por su propio y estilizado bien.
También lloran, las mujeres maduras. Y se mosquean y se frustran y se sienten vulnerables. Pero con estilazo. Esa es la clave, y punto: los mocos dejan de ser un problema para convertirse en un complemento, la angustia es como la madama de un puticlub, de la que conoces algún punto débil -tipo los helados creativos- y salir corriendo al baño para limpiarse los chorretones de rímel lo consideran tiempo que ganan para preparar una maniobra de auto-ayuda.
Las mujeres maduras fracasan también, efectivamente. Y se equivocan, y meten la pata, y son malas personas, algunas, y tienen sus vicios. Pero mira, lo aceptan. Soy una puta, sí hijo, pero esto es lo que hay. O soy un poco torpe leyendo el mapa. También. Pues cógelo tú mientras conduces, a ver si puedes hacer las dos cosas a la vez. La mujer madura se acepta, ha alcanzado su nirvana particular en el tema de los complejos, ya no está para muchas chuflas y como -normalmente- ha roto relaciones con la ley de la gravitación universal hace unos años pues mira, que les jodan a los cánones clásicos de belleza. La mujer madura se sube en una de las dos carretas del famoso refrán y te la lía parda.
Una mujer que coge la mochila de reflexionar fuertecito y sube la cuesta de las Preguntas Complicadas, para sentarse a la sombra de un olmo viejo a contestar "¿qué es ser una mujer madura?", es una mujer madura ya de entrada. Y luego encima te lo explica, pero con sus palabras, que no necesita tirar de diccionario para decirte las cosas claritas como las ve ella.
La mujer madura es un universo en sí misma, tan compleja como cualquier otra mujer, pero con los mimbres ya bien trenzaos. Eso no significa que el agua se vaya a mantener en la cesta, pero puedes meter los huevos sin miedo a que se te espanzurren por el suelo.
Y otro detalle encantador: las metáforas son su fuerte. Eso lo sé porque conozco a una.

viernes, 26 de junio de 2015

Qué puta mierda ser feliz

Si te pones a pensarlo, los seres humanos no somos felices todo el rato, por algo.
Cuando eres feliz te pasan cosas que a los demás le importa tres cojones, y eso te convierte en un claro objetivo para que te odien. Te brilla el pelo aunque lleves tres días sin lavártelo, vas con el coño chorreando por todas partes, de lo que te resbalan las angustias de tus semejantes. Tienes un humor excelente y no puedes parar de reírte con tus propias bromas privadas. Te despreocupas por la hipoteca, el ibi, la tradición oral y las elecciones municipales. Pasas del Eurogrupo, de Supervivientes y de Comala (como metáfora del purgatorio, se entiende). Ni te acuerdas de mirar la composición de la mierda que comes y siempre encuentras una justificación positiva cuando se te terminan los datos de tu tarifa de internet antes del día 30. Dejas de implicarte con la sociedad que te ha visto crecer, y lo peor de todo: ser feliz le hace un torniquete a tu vena creativa, te cierra el grifo del ingenio, te distancia de la tinta mientras te tiende un puente hacia otros escenarios que -no te lo pierdas- te hacen muy feliz, como por ejemplo podría enumerar ahora miles de sitios. Ni putas ganas tienes de ponerte a escribir lo que te bulle por dentro, porque eres feliz sintiéndolo, no necesitas contárselo a nadie, ni necesitas absolutamente nada que tenga que ver con la comunicación de masas. 

Y luego lo del tema de la envidia.


Pero sobre todo, qué frívolo decir que eres feliz. Y lo indecente de sentirlo de verdad, o sea, que eres feliz, colega, ni vergüenza te da reconocerlo, o mira, incluso ni lo vas a mencionar porque todo te da igual, todo lo que no seas tú mismo y lo que te lo causa.
Pero si es que se te nota, hija de puta. Tú eres feliz... Si te chispean los ojos, si no te molesta que el vecino tenga un perro ni que tu compañera de trabajo insista con el palito en la rueda.  El hambre del mundo o el paro son un eco lejano de una guerra que no es la tuya, porque cuando eres feliz te la sopla todo, engordar comiendo todo lo que te apetece, la antigua capa de ozono, la nación y los presupuestos. Ser feliz consiste en eso, en hacerle un porro bien cargado a tu conciencia y que lo empiece ella, que ya te lo pasará si quiere, eso es lo de menos. ¿Por qué? Porque eres feliz, señores.
 
Y ser feliz es un asco, joder. Ni unos malos guantes de boxeo que ponerte, de las poquitas ganas que tienes de pelearte con nadie. Ni una puta noche de insomnio, para poder pensar ahí en tus cosas, agrandando los recelos, enquistando los rencores y saboreando venganzas. Esas noches memorables de rumiar conceptos universales para hacerte con ellos una cataplasma talla única y un taparrabos marca blanca que no te importe destrozar en el fango de la auto-lástima. Esas noches.
Pues todo eso a tomar por culo cuando eres feliz, au revoir, arrivederchi. Adiós a los complejos, los trastornos, los nudos vitales, la confusión, los errores y la inestabilidad emocional. De repente una senda nueva se abre ante ti, una new ruta del bakalao, un carril bus-vao entero para ti. Sobre qué coño vas a escribir, qué vas a contarle a la gente, ¿que eres feliz?, ¿que te lo estás pasando de puta madre? ¿Acaso es posible escribir algo en condiciones cuando no sientes rabia, dolor, frustración, incomprensión, miedo, angustia vital, migrañas o sensación de abandono? Las mejores parrafadas nacen de la insuficiencia cardíaca, y yo estoy feliz, pero vaya puta mierda.